Zahúrda Subrepticia

Blanca Navidad

En Granada, usualmente, hace un frío de cojones por estas fechas. No es el caso de este año; hoy mismo, paseaba a las diez y algo por el centro y los termómetros me indicaban unos increíbles 13º... que no es que estén siendo totalmente habituales; ya hemos tenido, en los primeros días de Diciembre, una buena dosis de escarchazos y de temperaturas bajo cero...

Pero estamos en Andalucía, y, aunque hiciera el frío habitual, cuando sale el sol se hace notar. Quizá por eso, quizá por que Granada está situada en una depresión –en La Vega-, aquí no suele nevar casi nunca.
En la capital, aclaro, que en la Sierra y en alguno de los montes que se divisan en cualquier dirección en la que mires -o en alguna aldea ultramontana- se hartan de nieve. Además, cuando nieva en esta ciudad, lo hace a destiempo; no es raro que un invierno perfectamente frío se desperdicie, para que termine cayendo una ligera nevada a principios de Marzo...

Es esta asincronía y esta antojadiza meteorología, lo que nos priva a los granadinos de la perfecta postal navideña, que no es otra que la del prototípico estado del nordeste estadounidense; lleno de nieve, y de, bueno, todo el resto de gilipolleces que podéis ver en una película de Chevy Chase o Tim Allen –o cualquier otra-.

¿Otro tipo que odia la Navidad?
No, realmente.

Aunque creo que es inevitable desencantarse con esta fiesta, a medida que uno se va haciendo mayor –y eso que yo vengo cogiendo vacaciones estos días, desde hace años, lo que mejora una enormidad mi humor-.
Nunca fui un niño que creyera en los Reyes Magos –Santa Claus no se estilaba por entonces-, no podría ubicar el momento exacto en que dejé de creer en ellos, pero supongo que alrededor de los 4 ó 5 años. Eso sí, ello no menoscaba la ilusión infantil que generaban estas fiestas –al fin al cabo, los regalos son regalos, los hagan un puñado de ilegales pomposos que vienen a lomos de camellos, o te los haga la familia-.

Últimamente, y por cuestiones meramente personales, tengo una concepción de la Navidad muy negativa; deprimente, se podría decir. Pero es un sentimiento contradictorio; cuando se acaban las fiestas, en ese momento en que los acérrimos detractores de este período de exaltación consumista aprovechan para tomar aire, y dejar atrás sus fantasmas con un ¡¡Por fin!! -espetado hacia sus adentros con la insolencia de un apóstata- en ese momento, a mí me asalta el temor de haber perdido un periodo de felicidad irrepetible. Me entra la nostalgia de unas fiestas que se dejan pasar con desidia, con desidia consciente; recuerdo con cariño esa ilusión y esa felicidad infantil que me inundaba cuando era un crío –y huelga decir que en mi infancia, las navidades distaban mucho de ser perfectas-. Y entonces me pregunto ¿por qué? ¿Qué me ocurre?

No, no me valen los tópicos que de si consumismo, Corteinglés, capitalismo, etc, etc porque TODO es consumismo, Corteinglés, capitalismo, etc, etc, no sólo las navidades.
Las navidades son como el comunismo –permitidme la orgiástica licencia-, algo intrínsecamente bueno –y la Navidad es buena para mí, en un aspecto filantrópico-laico-, que se jode por el mismo lado de la ecuación; el lado débil y corrupto: el hombre.

En fin, las cuatro y pico y vengo estableciendo símiles inverosímiles –y haciendo ripios horrendos-, será mejor que me vaya acostando.

Feliz Navidad a todos.